Instituto Roca: Pensar en el porvenir

Por Laura Balhas / Alejo Corvalan /  Lorena Morena


En el corazón de un barrio de casas bajas de Capital Federal, donde los días transcurren tranquilos y un poco alejados de la vorágine del centro, se encuentran las dos hectáreas donde vivía Manuel Rocca, un inmigrante que hizo fortuna en Argentina. En 1913, Don Manuel asentó en su testamento que, una vez muerto, esas hectáreas se donaran para construir dos instituciones sociales: un hospital y una escuela para la gente pobre del barrio de Floresta y que como condición deberían llevar su nombre. El hospital todavía está y la escuela, devino con los años, en el Instituto de Recuperación y Clasificación de Menores Rocca.

Por afuera, los paredones del Rocca visten murales que intentan disimular la realidad de adentro. Tal es así, que son pocos los vecinos que circulan por la Av. Segurola que saben exactamente que ese lugar es un centro en donde viven menores. Adentro es “el Rocca”, uno de los institutos en la ciudad más famoso entre los chicos que delinquen.

Del gran hall, símbolo de la ostentación local de fines del siglo XIX, sólo quedan algunas molduras en lo alto de las paredes coloniales, hoy cubiertas por rejas y pintadas de un ocre supuestamente aséptico. Más allá, la salida al patio y otro paredón, que aunque hace poco está encalado, transparenta algunos grafitis de los chicos del Instituto: jeroglíficos que codifican sus mensajes y que dan la bienvenida. Uno de los dibujos, quizás el más conmovedor, y el más reiterado, es el conocido “corazón valiente”: un corazón atravesado por una daga, que quiere decir que la novia de un interno se prostituye mientras él está adentro. En el encierro el desamor se termina aceptando, pero duele más y enoja.

Los internos tienen entre 16 y 17 años y conviven con las rejas, los candados, los carceleros, los gritos y un antiguo olor a encierro. A la vez, comparten los días con un grupo de jóvenes que forman parte del Centro Socio Educativo de Régimen Cerrado (CSERC), un programa que intenta humanizar un poco sus difíciles condiciones de vida. Sus rutinas se traducen en escuela, tareas artísticas y recreativas, maestros comprensivos, talleres y, sobre todo, en expectativas. Constituye la posibilidad de organizar sus días y, lo más importante y difícil, planificar al menos un poco su futuro más inmediato, el que les espera cuando salgan en libertad, cuando vuelvan con sus familias luego de haber estado internados en un correccional de menores.

Tanto Laura Demarco, quien coordina las actividades del CSERC que depende de la Secretaria  Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, como Luciana Kuperman, su directora en el Rocca, están muy comprometidas con generar cambios en el tratamiento que se les da a los chicos en el Instituto. Desde sus imágenes de chicas jóvenes no estereotipadas con uniformes  demuestran su autoridad desde la firmeza y la calma. Son las encargadas de armar el día a día de los chicos que llegan con mucha reticencia y desde distintas realidades.

La escuela comienza a las 8 de la mañana en punto y termina al medio día para almorzar. Por la tarde están los talleres de títeres, carpintería, electricidad, literarios, huertas, pintura, futbol, gimnasio o murga. La institución tiene acuerdos con distintas agrupaciones y universidades como Madres de Plaza de Mayo que colaboran con el Proyecto 30, con la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) que da cursos de electrónica y los gobiernos Nacional y de la Ciudad que destinan equipos docentes. Kuperman explica que el proyecto institucional intenta construir un encuadre de vida y no ser sólo una normativa: “Bajar la ansiedad que les provoca el llegar acá y no saber que va  pasar. Todo es una gran incertidumbre que genera angustia y violencia. La idea es armar una rutina donde ellos sepan que va a pasar y puedan armar un mínimo proyecto a futuro,  lo que van a hacer al otro día, un pequeño porvenir”.

La reacción de los chicos cuando recién entran al Rocca es de hostilidad, intentando todas las trampas para no hacer lo que les proponen. “Ellos, la única certeza que tienen es lo que la sociedad les dice que son: pibes chorros. Y actúan un poco ese rol, ese mote. Después además hay todas unas implicancias simbólicas en este lugar que los sitúan: las rejas, los candados, esposas, vigilancia. Hay un montón de situaciones que los reinstalan en ese lugar”, cuenta Kuperman. Para Demarco, el cambio comienza cuando ven a otros compañeros que ya están internados participando de las actividades: “Las vivencias dentro del instituto los pone en otro lugar. Acá son alumnos pero al principio se resisten y nos dicen que esto no es una escuela sino una cárcel. Cuando entran en la cotidianeidad y ven que hay otros pibes de su misma edad en esta rutina escolar, se posicionan de otra manera”.

Los jóvenes están alojados por proyectos educativos. Los pabellones están armados por nivel primario y nivel secundario. “Antes se agrupaban por tipo de causa o pertenencia a determinado barrio pero eso daba una sensación muy carcelaria”, relata Demarco y agrega: “Las necesidades y las características son muy notorias entre chicos de primaria y secundaria. Si bien tienen la misma edad, los chicos de 16 o 17 años que no saben leer ni escribir y no tienen la primaria demuestran que no han tenido ningún acompañamiento de un  adulto. Son chicos en situación de calle, vienen de lugares vulnerables, con distintas causas. Son bien niños. Las diferencias son claras. Los que terminaron la escuela primaria y están en el secundario es porque algún adulto los acompañó en ese trayecto. Su vestimenta es cuidada y su lenguaje es distinto. Son típicos adolescentes en sus modos y sus causas penales también son diferentes. Sus familias o círculos están más en conflicto con la ley”. Por eso, este programa hace hincapié en que durante el momento de clases no haya ningún tipo de distracción para que el ciclo pueda cerrarse. No hay interrupciones del juzgado ni de trabajadores sociales.

Pero la convivencia forzosa y la rigidez no sólo forman parte de la relación entre los maestros y los chicos, sino también es moneda corriente entre quienes conducen el CSERC y quienes entienden al Instituto desde lo reformatorio. Kuperman sintetiza cómo se da esta lucha de intereses distintos en el lugar: “Es una institución represiva, hablando con propiedad, porque viene como reacción del Estado y no como prevención. Entonces, un proyecto como el nuestro inevitablemente iba a chocar con las costumbres más ortodoxas, caracterizadas por castigos y premios. Ahora es una institución en donde todos convivimos -explica- Pero la resistencia de los chicos es en el campo pedagógico, mientras que este tipo de resistencia tiene que ver con el espacio político-institucional de los adultos. Porque, hoy en día, ni siquiera se trata de la disciplina o el autoritarismo de las políticas de los 60, en realidad sólo se trata de dispositivos que descuidan más que reprimen. Consiste en el abandono y la autorregulación. Es como pasa con el tema de las villas, cuando dicen `que los pobres se maten entre ellos´. Acá en los pabellones pasa igual”.

“La idea de este programa es intentar que mientras los chicos estén en el Instituto terminen sus estudios y para ello se trabaja tanto en la re-vinculación familiar, como en la reinserción laboral y social -agrega Demarco- por eso este año decidimos hacer principal hincapié en rescatar la figura del estudiante y valorizar esa actitud que nos permite trascendernos y luchar no sólo contra la adversidad de la calle sino con los límites que nos ponemos nosotros mismos a la hora de aprender”. Durante el mes de septiembre, por ejemplo, en el Instituto se realizaron reuniones con padres y desayunos compartidos, concursos de cocina, plástica y literatura, un picnic, se pintó la bandera de la  “Semana del Estudiante”, hubo un show de ciencias y se inauguró la biblioteca. También tuvieron lugar las jornadas de lectura, las olimpiadas educativas con chicos del Instituto San Martín, un encuentro con adolescentes del comedor de la villa 21, una muestra de lo producido y, al final, la entrega de premios y reconocimientos.

Cuando los chicos egresan del Rocca lo hacen con un proyecto que tiene que ver con las necesidades de su familia y la de los adultos que los pueden acompañar. Algunos se van con tratamientos ambulatorios cuando padecen adicciones, otros se van con un ingreso a un trabajo si tiene 17 años o siguen algún curso del Gobierno de la Ciudad respecto de la actividad que les haya interesado. En algunos casos estos proyectos no prosperan pero en otros si y se sostienen en el tiempo.

Respecto de los ingresos y los egresos Luciana Kuperman advierte: “La institución es muy sensible a los climas de la opinión pública. Cuando un famoso sale a decir algo y ese comentario tiene un perfil “internista”, entran enseguida más chicos porque la policía los persigue. Tiene un impacto inmediato en el ingreso de más jóvenes y también en la dificultad de egresar –y agrega- Creo que eso es una lectura de lo que hacemos nosotros como sociedad. Pero debemos reconocer que son actitudes que están muy ancladas en un perfil de urbe y de ciudadano de la capital. No es que el país entero que está hablando de “la inseguridad”.

Según datos del INDEC, a un año de la crisis del 2001, el  73,5% de los menores de 14 años vivían en hogares pobres y el 57,5% de la población urbana estaba bajo la línea de pobreza. A tres años, los índices se mantenían en el  60% (que representan 5.4 millones de niños). Al 2007, los menores bajo el nivel de pobreza eran del 40%. En 2008, según una investigación del Instituto de Estudios y Formación de la CTA en base a cifras oficiales y relevamientos sociales, los índices se mantenían en el 40%, mientras que los jóvenes en situación de indigencia llegaban al 14%.   A pesar de la baja en los índices, es claro que existe todavía una deuda interna con los jóvenes y una estrecha relación entre la falta de futuro y expectativas y la búsqueda, a costa de lo que sea como la libertad misma, de aquello que siempre se les fue prohibido.

En la actualidad el Instituto Rocca contiene a más de setenta chicos que son recibidos por el CSERC, y en otras oportunidades han llegado a hospedar hasta ciento veinte. Ante esta perspectiva y ante la ausencia de políticas sociales de fondo que operen sobre el problema central que consiste en seguir entendiendo a la marginalidad como una elección, los objetivos del CSERC se concretan en las expectativas que Luciana y Laura nos confiesan con cierta emoción: “Lo que pretendemos día a día, que es muy pequeño y muy grande a la vez, consiste en poder dejar una huella en el otro. Inscribir algo que tenga que ver con que ese otro pueda gestionar su proyecto de vida y pensar en el porvenir, más allá del ahora de su situación de riesgo, de sus dolores y de todo lo que no puede”.

(Fotografia: Arte Murales http://artemuralesanimarte.blogspot.com)

9 pensamientos en “Instituto Roca: Pensar en el porvenir

  1. Hola!!! Me nombre es Malén Vazquez, soy estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UBA y junto con unos compañeros tenemos pensado armar un proyecto de radio sobre el Instituto Rocca. Para esto nos gustaría contactarnos con Laura y Luciana, del CSERC, sería posible?

    Nos ayudarían muchísimo a entender la realidad del Rocca.

    Mi mail es malenvazquez@gmail.com

    Muchas gracias!

  2. yo estuve internada en ese lugar cuando era un orfanatorio por los 60 y algo y tego feos recuerdos x las monjas q nos cuidaban y las celadoras quisiera ver fotos d entonces .nunca pude volver a ese lugar tengo miedo

  3. lei la nota y la verdad q fue con gusto xq al saber q en el instituto no siguen castigando a los chicos si no q tratan de resociabilizarlos realmente es genial q hacen algo para sacarlos adelantes y hacerles ver q tienen un futuro yo soy de las q piensan q a estos chicos no hay q matarlos ellos no tienen la culpa de haber nacido en una familia xq la mayoria lamentablente es asi nacen en una familia disfuncional padres agresivos,adictos,abusadores,etc ellos ven desde chicos cosas q luego para ellos son normales se crian en ambientes realmente pateticos donde en ves de ver x primera vez un juguete talvez ven un arma droga q se yo no podemos pretender q en una situacion asi un niño tome un buen camino sin un apoyo muy pocos lo logran pero es dificil cuando nadie te marca el buen camino me alegra ver todas las cosas q estan haciendo x estos chicos saber q hay gente q les interesa sacarlos adelante es buenisimo toda la fuerza para todos los q hacen posible esto dentro del instituto yo algun dia empezare mis estudios en la facu para ser un un buen operador y tambien darles una mano a estos chicos suerte a todos un gran abrazo aurora de hudson berazategui

  4. YO ESTUBE EN EL ROCCA…..LA VERDAD ES UN QILOMBO ME TUBE QUE PARAR DE MANO TODOS LOS DIAS ASTA QUE GANE RESPETO ESTUBE 2 SEMANAS X UNA CAUSA DE TENENCIA DE MARIHUANA….ES INJUSTO QUE ME AYAN TRASLADADO AI….I TODO LO QUE ESTA ARRIBA NO TIENE NADA QUE VER ES MENTIRA ES UNA CARCEL VIEJA TODA SUSIA

  5. la verda este lugar me rescato una banda cai de emicion me sacaronn despues cai devuelta y estuve 56 dias en los cuales aprendii de todo un poco y de lo ke esta bueno o maloo esto es un lugar donde me dio un empujon hacia el futuro mioo la verdad gracias …

  6. yo estuve alojado en el instituto en el 2010 y la verdad que la gente que no la vivió no la puede contar es así de simple, hoy soy otra persona a poco de recibirme y con un trabajo estable, pero debo ser 1/10 me gustaria saber del resto de los pibes alojados en ese año en que terminaron para comprobar el abandono total por parte del estado.

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